Enrique
viene por el pasillo de la Facultad con un (otro) montón de libros bajo el
brazo. Zancada larga y cabeza en alto como para no perder de vista las
palabras que andan volando. Enrique se hace el que no sabe que todos hemos
visto palabras griegas, latinas, castellanas, inglesas, francesas, alemanas,
italianas, wayuus y de muchas otras lenguas revoloteando a su paso, tentándolo,
haciéndole carantoñas, proponiéndole nuevas aventuras. Solo cuando lee o escribe,
en un cuaderno o en alguna hoja suelta con un taquito de lápiz esos garabatos
diminutos, baja la cabeza. A veces al caminar las palabras salen volando de su
pelo ensortijado formando una larga cabellera ondulante donde nos subimos y
vamos leyendo a Homero y todos los viajes infinitos de la literatura.
Hoy
quiero pensar que estás formando un nuevo grupo de estudio en un patio
interminable lleno de mangos, nísperos, cayenas y trinitarias, diciendo con
sonrisa pícara «esta niña», con Lydda, Edna, Francisco, Mirna, Chávez… Allí «No
pasará la muerte mientras siga tu canto / rompiendo todo parque sin luna, /
toda mirada triste y escapada / en este golpe de sal a las espigas…»
Berta
En
Caracas, 26 de marzo de 2015
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