Carol Dunlop y Julio
Cortázar
(Muchnik Editores, 1984)
Post-scriptum, diciembre
de 1982.
Lector, tal vez ya lo
sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y
escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos
unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía.
Apenas terminada la
expedición, volvimos a nuestra vida militante y partimos una vez más a
Nicaragua donde había y hay tanto que hacer. Carol reanudó allí su trabajo de
fotógrafa mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes
posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo que
infatigablemente continúa su viaje hacia la dignidad y la libertad. También
allí encontramos felicidad, ya no solos en los paraderos del París-Marsella
sino en el contacto cotidiano con mujeres, hombres y niños que miraban como nosotros
hacia delante. Allí la Osita empezó a declinar, víctima de un mal que creímos
pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los
pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa,
su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más
hermoso. Volvimos a París llenos de planes: terminar juntos el libro, dar sus
derechos de autor al pueblo nicaragüense, vivir, vivir todavía más
intensamente. Siguieron dos meses que nuestros amigos llenaron de cariño, dos
meses en que rodeamos a la Osita de ternura y en que ella nos dio cada día ese
valor que nos iba abandonando. La vi emprender su viaje solitario, donde yo no
podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un
hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella
que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas.
A ella le debo, como le
debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita,
que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que
tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor
no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñarte a vivir como acaso
hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que
sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.