Berta Vega
«en lo olvidado
en el escombro
en lo que es penumbra
pendiente
otro tiempo
tejo»
Lydda Franco Farías
«Paraguaná convive con su historia,
y por ello Josefa Camejo
no es una figura mítica y lejana,
sino una referencia viviente,
casi una vecina más…»
Luis Alfonso Bueno
—¡Santo Dios! ¡Quién iba a decirme que me vería ahí, entre todos estos libros y papeles tan extrañamente encuadernados y con retratos!... ¡Y tratan de mí y de mi vida, de los acontecimientos en los cuales participé como leal patriota en las campañas camino de nuestra Independencia! Pero le digo a usted algo curioso antes de dar comienzo a mi relato: tuvo que llover para que usted me dejara salir de su cabeza y yo principiara a hablar.
Sí, nací yo el 18 de mayo de 1791, en Curaidebo, una posesión cerca de Pueblo Nuevo, en la Paraguaná de la provincia de Coro. José Perfecto de Lugo fue el cura que me bautizó y el doctor don Francisco Xabiel de la Colina me puso los santos óleos, crismas y me dio las bendiciones según el ritual romano, el día 3 de junio. Hija de legítimo matrimonio de don Miguel Camejo y doña Ignacia Talavera y Garcés. Mis padrinos fueron don Francisco Garcés y doña Josefa Borges, vecinos de la ciudad de Coro. Pusiéronme por nombre Josefa Venancia de la Encarnación Camejo Talavera y Garcés. Pero soy conocida como Josefa Camejo. Mis padres eran dueños del hato de Aguaque y de un establecimiento mercantil en Coro.
Una historia hay de mi partida de bautismo. Según cuenta esa historia, los hermanos Rodríguez Hidalgo poseían el original porque su padre, Pedro María Rodríguez, quien… ¿Qué me dice de Pueblo Nuevo? ¡Qué honor que el Concejo del distrito Falcón del estado Falcón en Pueblo Nuevo, el 2 de junio de 1982, le haya dado mi nombre a una condecoración para honrar a las personas o las instituciones que, por acrisolados méritos, se hagan acreedores de reconocimiento público!... ¡Y también hay un Complejo Cultural con mi nombre! ¡Qué devoción y lealtad me tienen! ¡Tanto tributo a mi memoria!
Como le venía contando, este señor Pedro María Rodríguez, que era de Pueblo Nuevo y con gran apego por su tierra, conocía mi origen y mis andanzas a favor de la libertad. Sabía además que en los libros de Registro Eclesiástico estaba mi partida de bautismo. Y como me admiraba por las historias que le contaban sus mayores, quiso protegerla para conservarla. Por los años de 1914 y 1915, el libro donde estaba asentada la partida dijo a estropearse. El párroco del pueblo, presbítero Elías Santamaría, era un español que, según el señor Pedro María Rodríguez, menospreciaba la importancia de los criollos en la historia de la Independencia; por eso le ordenó al sacristán, de nombre Amador Pereira, que arrancara las hojas que el comején se iba comiendo. Don Pedro María Rodríguez se enteró del despropósito del párroco y le ofreció al sacristán una gratificación para que no botara las hojas del libro, y se las entregara a él. Muchos años después el señor Rodrigo Rodríguez Hidalgo, en nombre de la sucesión de Pedro María Rodríguez, hizo entrega de mi partida de bautismo a monseñor Francisco José Iturriza, quien fue Ilustrísimo Obispo de Coro… Fue así como mi partida de bautismo se conservó como una reliquia y está en el Museo Diocesano de la ciudad de Coro, donde todos deberían poder verla.
Mi infancia fue en Curaidebo, en la casa del hato de Aguaque, a dos leguas hacia el norte de Pueblo Nuevo. ¿No sabe lo que es una legua? Pues el camino que se hace en una hora. Fíjese lo que comenta ese señor que tanto se ocupó de mí, don Juan de la Cruz Esteves, en su libro sobre los nombres de lugares; dice que Aguaque viene de «guaco, planta herbácea de la familia de las portuláceas y codiciado pasto del ganado caprino». No entiendo esos raros términos, pero debe de ser verdad porque las cabras, las ovejas y las vacas se comían esas plantas…
—Señora Josefa, ¿puedo hablarle? Yo soy Petra Hernández de Esteves, la esposa de Juan de la Cruz. Yo fui mucho a Aguaque con mi esposo, su biógrafo, él fue el que escribió La heroína Josefa Camejo. Allí en ese libro está cómo fue su infancia; usted fue una muchacha que montaba a caballo, que tenía sus sirvientes, que estudió, y tuvo sus andanzas, y fue la que trajo a esa gente aquí a reunirlas en Pueblo Nuevo, para esa gran batalla que se dio para la Independencia. Mi esposo era un hombre que investigaba mucho, y después que me casé con él comenzó a trabajar como cronista oficial de Pueblo Nuevo. Viajamos mucho sí, íbamos a las convenciones y esas cosas, y él siempre exponiendo de la vida de Josefa Camejo, porque usted era una mujer muy nombrada. ¿Le puedo decir una cosa? Yo tuve celos de usted porque mi esposo era puro Josefa Camejo y Josefa Camejo. Porque eso de escribir la historia tiene que ser una persona que se dedique a eso, como lo hizo mi esposo…
—¡Cuánta dedicación y amor, doña Petra!...
Pero sigo conversándole. Los papeles y libros de ustedes cuentan que Curaidebo era vínculo reservado a la familia Madriz y a sus enlaces de familia. ¿No entiende lo de vínculo? Mire en el libro de don Carlos González Batista. Ahí. Dice que era una institución por la cual el propietario legaba sus bienes o parte de ellos, frecuentemente tierras, pero no exclusivamente, a sus descendientes legítimos o a algún miembro de su familia y sus descendientes. Recuerde que el mayorazgo era una forma de vincular la propiedad, aunque sólo el varón heredaba. De modo que todos los herederos tenían derecho al goce de los bienes por igual, y no podían vender, enajenar o permutar so pena de ser expulsados de la propiedad. Así se salvaba la posibilidad de que entraran extraños a la comunidad familiar. El vínculo más antiguo y grande de toda Paraguaná era el de Curaidebo. El hato de Aguaque era de mi familia porque mis abuelos maternos, don Andrés Talavera Medina y doña Josefa Garcés de la Colina, eran ambos biznietos de doña Ana Vélez de Guevara, progenitora de don Pedro de la Colina Peredo, de quien se decía fue el más acaudalado propietario de la provincia de Coro.
Le venía refiriendo que Aguaque era la casa, construida en el siglo XVIII, y las tierras. ¿La casa aún conserva el techo de dos aguas, la sala en el centro y en ambos extremos la cámara y la alcoba?… ¡Cómo va a ser! Déjeme ver bien. Pero qué asombroso ese artefacto de ustedes. ¿Ese es el retrato de la casa de Aguaque? ¿Y ese retrato, el mío?...
—Doña Josefa, yo soy Jesús Chencho Manaure, el pintor de Santa Ana. Y sí, yo la pinte así, porque usted fue una de las heroínas de la Independencia y la que organizó las tropas aquí para apoyar al Libertador. La pinte así, más o menos de 30 años, porque usted era guerrera. Lo he inventado yo porque no tengo referencia de que exista un retrato suyo, aunque lo anduve buscando, pero no lo conseguí. Lo hice pensando que al fin y al cabo usted debía parecerse un poquito —y de ese sí hay retrato— al general que venía siendo el tío de usted, el general Juan Garcés; entonces fijándome en ese retrato, yo dije que usted debía de tener una semejanza con él… Y ahí está ese cuadro de una mujer llamada Josefa Camejo…
—¡Muchas gracias, don Jesús! Y le confío un secreto: pues sí, sí se parece su retrato a mí… También cuentan que la familia Arcaya tenía una miniatura auténtica y de ahí hicieron un retrato mío que estaba en la gobernación del estado Falcón. Y hay un libro que se llama Curiana que lo reprodujo…
Un poco ha cambiado la casa, pero aún tiene los corredores a los lados, por donde el viento entraba y salía, refrescándola. Y la sombra de los aleros sigue dibujándose en la tierra. La cocina sí ha desaparecido. Recuerdo que era una construcción separada de la casa; estaba en la parte de atrás y allí, entre los fogones de leña, las esclavas y sirvientes preparaban los alimentos y hacían sus oficios. En la troja se guardaba y conservaba la cosecha y estaba separada de la casa también. Pero me llama la atención que aún esté en pie, acláreme eso… Ah, ¿entonces el 25 de junio de 1982 se declaró Monumento Histórico Nacional por ser la casa de mi nacimiento? ¿Y todos pueden visitarla?... Es cosa hermosa y de agradecer, después de tantos años y tantos dueños.
En los hatos y posesiones de Paraguaná se cultivaba maíz, yuca, ajos, auyama, cebolla, frijoles, algodón, para el sustento de las casas. Así lo habían hecho los indios caquetíos desde mucho antes de la conquista española de estas tierras. Y todo guardábase en la troja para conservarlo. Si la cosecha había sido buena, mi padre, que tenía permiso del teniente de gobernador, llevaba unas partidas de maíz hasta Coro y lo vendía al mejor precio que pudiese. O lo llevaba a las islas.
Mi padre siempre hablaba de la lluvia, de la falta que hacía y de que no llegaba. Dos ojos de agua había cerca de Pueblo Nuevo, el de Miraca y el de Guacuira. Mi padre decía que era agua cristalina y buena. Solía empezar a llover en septiembre u octubre, y si iba a ser buen año y sin inconvenientes —como acostumbraba a decir él—, llovía hasta enero. Al tiempo de lluvias lo llamábamos tiempo criollo. También los esclavos y sirvientes estaban pendientes de que se llenasen de agua los estanques para el consumo de la casa y de los animales. Si además llovía en mayo, todos andaban contentos porque iba a ser una buena temporada y se apresuraban a sembrar. Todo dependía de la lluvia. Cuando había sequía moría el ganado y no había cosechas. Casi era imposible vivir allí. Pero cuando llovía, los esclavos y sirvientes tenían que correr tras el ganado para que no destrozara los sembradíos. En Pueblo Nuevo también se cultivaba maíz y otros rubros. Qué bonito lo que le contó de su Pueblo Nuevo el señor Salvador Irausquín, allá en su casa. Escríbalo ahí:
«En Pueblo Nuevo cuando era niño era una vida muy sana, muy sana y muy bonita. Y en este conuco sembraban los padres míos aquí, aquí le cosechábamos caraotas, pira, le cosechábamos… la pira es un frijol, el frijol y el maíz. Aquí se comía mucha pira, uno en la tarde venía a recoger pira aquí, para sancocharla y en la noche uno la desgranaba y se la comía así con agua y sal; eso era divino, sabroso. Uno tenía sus burros, aquí los alimentaba; esos eran los carros de nosotros en esa época, los carros eran los burros. Aquí mismo se cortaba la leña por aquí; se hacía todo con leña porque aquí no había luz, aquí no había gas, nada, y la luz que había aquí era para los más poderosos por allá en 1941… Bueno, uno iba a los tanques a buscar agua, había que pararse temprano, a las cinco de la mañana ya uno agarraba sus burros con sus barriles, eran unos barriles hechos de madera. Eso se ponían uno de cada lado del burro, se amarraban y uno cargaba su agua ahí, porque aquí en Pueblo Nuevo no había agua dulce, aquí el agua dulce que había, el agua que venía de aquí del Amparo, eran unos molinos que habían ahí, que pasaban por aquí por donde llaman el conuco…, esto se llamaba el conuco Las Ánimas aquí, donde estamos aquí ahorita, porque estaba el cementerio aquí cerquitica. Cuando íbamos a cazar conejos, uno cortaba un palo que se llamaba el conejero y aquellos gritaban, ¡ah, ah, dale, dale!, gritando y gritando, y entonces cuando pasaba el conejo le echaba uno el palo; ahí caía el conejo y venía el mochilero y lo agarraba. De Josefa Camejo claro, se sabía que era luchadora, así como Juan Crisóstomo Falcón le decían a uno, ¿no? y que estaba la estatua aquí, que es una lástima, eso fue una vagabundería que hicieron con tumbar la estatua de él ahí, donde estaba él con su caballo ahí; la estatua esa yo no sé que la hicieron. Fue como la iglesia esa que le robaron una campana ahí también, se la robaron. La destrozaron toda, esta plaza de nosotros aquí, yo no sé cómo tanto vagabundo, nos tumbaron la plaza, tumbaron esa plaza que era tan bella; yo me hice ahí, comiendo almendrones, mire, había grama, había unos pasillos así tan bonitos, toda esa plaza… Esa mata que tiene ese cementerio, eso debían de tenerla como una reliquia; esa mata yo creo que tiene como 200 años, 500 años… ese árbol que está ahí, todo ese árbol lo pongan bonito, lo podan, lo llaman caimito… En el cementerio viejo allí hay gente enterrada del 1800… Dice la gente de aquí que era de un señor de por ahí de esas islas, de por ahí, y el traía unas semillas en el bolsillo, y el señor se murió aquí, y él se quedó con la bolsita, con el mismo pantalón lo enterraron y entonces lo enterraron en ese sitio ahí… Y el árbol nació ahí porque ese traía las semillas en el pantalón, porque es el único árbol que hay aquí en Paraguaná, el único... La agua que bebían todos los campesinos que vivían aquí, la llevaban de esta agua que era un agua amarilla aquí, fea el agua, pero ellos venían y cortaban cardón, lo que llaman cardón de lefaria, y entonces eso lo cortaban y eso asentaba el agua, la ponía clarita… Esa era el agua con que se lavaban y la que se tomaban… El cardón no era que absorbía la suciedad, asentaba el barro que tenía el agua, el barro que era amarillo, eso lo asentaba abajo, entonces la persona venía y sacaba el agua clarita de arriba y la llevaban a las tinajas, para uno tomar agua dulce ¿no ves?... Mi padre iba a pescar aquí mismo, aquí donde llaman Subure; los pescadores pescaban allá y él lo traía para acá, lo traía en burro, el transporte era en burro, traían dos burros, cargados para acá… Aquí había cine, aquí iba mucho uno por ahí para los cines, los curas tenían un cine ahí que uno pagaba medio para ver las películas… Sinforosa Rodríguez, esa fue la mama Pancha de nosotros aquí en Pueblo Nuevo, esa era la que nos cortó el ombligo… agarraban un cuchillo y le partían la tripita a uno, le amarraban una cabullita ahí, y a los ocho, diez días le quitaban la cabullita a uno, y ya se caía el ombligo seco a uno, quedaba uno con su ombligo ¿ve?… El paraguanero aquí, en esa época, caía lluvia, vivía uno feliz en estos conucos, eso había hasta tapirama, había pira, había maíz de toda clase, se sembraba aquí, melones de todas clases; aquí hay una quebrada que se llama El Amparo, ahí sembraron naranja california, mandarina, una mata que llaman fruta de pan… bueno, varias matas frutales había ahí, mangos también, mangos. Aquí lo que nos faltó en Paraguaná fue que eligieran a uno por ahí, en los conucos, para sacarle el agua, porque aquí hay agua por… Mire, si aquí sembraran estos conucos con el agua que había abajo, nosotros estuviéramos exportando comida para otras partes, aquí sí se da la comida…»
¿No le parece hermosa la historia del señor Salvador? Pero sigamos. En Aguaque, como en toda Paraguaná, había cría de ganado: vacas, cabras y ovejas; mulas, burros y otras bestias de carga. También gallinas. La carne se salaba y se vendía en Coro. Los cueros de los animales se llevaban a las islas de las Antillas, así como los caballos, las mulas y los burros, y se vendían… Recuerde lo que dijo el señor Iván Urbina, el cuidador de Aguaque, sobre las mulas:
«Sabe que la mula huele el peligro de lejos, de los que tienen enemigos. Si había por lo menos de aquí alguien escondido, lo olfateaba y no pasaba. El caballo no; el caballo sí pasa… Por eso es que dicen no hay más terco que una mula, ¿no? Por eso, que la podían matar a palos y no te pasaba…»
Por eso la mula era buena para los caminos, para la guerra, para llevar cargas. Y se vendía muy bien. De regreso de las islas venían tejidos, herramientas y otros artículos. Los animales comían guaco, hojas del olivo, orégano, manzanito y de otras muchas matas y árboles. El guayacán y el cují daban la madera para variados usos. Las gentes saboreábamos los frutos de la pomarrosa, el taque, la tuna, el caujaro, el cotoperiz, el supí, la urupagua, el semeruco y otros más…
¡Qué canción tan bonita! Dice usted que es de Alí Primera, el cantor de Paraguaná, pero que ya murió. ¿Y cómo sigue cantando? Ya, ya… ¡Esos artefactos de ustedes! Me gusta mucho cuando dice: Vuelve a tu canto de turpial, llena de gritos el cardonal, que hay semerucos allá en el cerro y un canto hermoso para cantar, que hay semerucos allá en el cerro y ya la gente empezó a sembrar…
—Señora Josefa, perdóneme que la interrumpa. Mi nombre es Policarpo Rafael Colina. Soy poeta, es muy cierto, y todavía no he conseguío el contentor. Nací en esa población que se llama Cerro Pelón. Poeta relancino soy porque cargo los poemas a flor de labio; no necesito preparar nada para soltarlo, para decirlo. Me dijeron hace tiempo estas palabras: el único que podría cantar con usted, señor, él murió, que fue el tal Florentino que se vio llano adentro y se vio embraguetao con el demonio. Acá le traigo un poema, ¿lo quiere oír?...
Cuando era un muchacho
de mi casa no se aleja
trabajaba por los conucos
donde estaba Josefa Camejo.
Ahí la nombraban a ella
con cariño y mucha fe
como muchacho que soy
la verdad es que no lo sé.
Eso está en mi corazón
yo lo llevo en mi memoria
y lo tengo como niño
como una bella historia.
Para dónde la sacaron
lloro hasta lo profundo
sabrá dónde están sus restos
en cualquier parte del mundo.
Pero nadie podrá saber
entre la tierra y la estrella
y no hay hombre aquí en la tierra
que sepa la historia de ella.
¿Le gustó?... Pues si pudiera enamorarla le cantaría esta décima:
Óyeme usted señorita
pues no me llame imprudente,
me he enamorao de usted
por ser tan inteligente.
Cómo me gustan tus ojos
como dijo Pedro Pablo,
cómo me gustan tus labios
así andes de retroceso,
por qué no se acerca a mí
pa poderte dar un beso.
Los ojos eran tan lindos
lo que el mundo te ha dao
y yo que estoy a tu lao
a mi manera de ser,
doña Josefa Camejo
justo volviste a nacer.
Aquí estás de frente mío,
con cariño y mucha fe,
y me perdonas la forma
como yo tenamoré.
Si eso es verdad lo que dice
a mi manera de ver,
de manera que Josefa
cuándo vuelves nacer.
Aquí en mi casa te encuentras
y no te daré castigo,
si quieres te quedas conmigo
desde aquí hasta Curazao
porque mire soy soltero
y por desgracia divorciado.
…Pasaríamos la vida hablando, señora Josefa. ¡Cómo me encantaría a mí!... Así que aquí me quedo escuchándola…
—¡Qué poema tan bonito el suyo!, poeta Polica. Pues yo sigo contando mi vida en esta tierra de poetas y cantores. Le digo que los cardenales, los chuchubes, los chupaflor, los gavilanes, los gonzalitos, las guacoas, los turpiales, y otros más, eran los pájaros tras los que corría al oírlos cantar o al verlos por entre las matas. Detrás de mí, como si fuera hoy lo recuerdo, venía mi aya corriendo, no fuera a tropezarme con alguna culebra coral o cascabel, muy venenosas. ¿Usted ha visto una cascabel? ¿Le ha visto la cara tan fea que se le pone cuando está dispuesta a atacar?... O me fuera a llenar de aquel olor si me encontraba con algún mapurite. Y los conejos saltando metiéndose en sus madrigueras… ¿Ha visto el yaguarey? Esa hermosa flor del cardón que llama con sus colores a los pájaros y los insectos. Al terminar de llover, el aire se llenaba de libélulas y mariposas. Las libélulas son caballitos del aire, ¿no le parece? Yo me imaginaba cabalgando en ellas por toda Paraguaná sobre un camino de mariposas amarillas… A las orillas del mar había bosques de manglares. Y por los caminos, espesos cujisales y cardonales; atravesarlos era cosa de fuerza y de machete. ¿Sigue siendo así?
Más vale que sigamos. Allí, en la casa de Aguaque, mi madre me enseñó a leer y escribir. Aprendí también las oraciones para las distintas actividades religiosas y en la casa rezábamos en el altar que mi madre tenía con las imágenes de los santos protectores de nuestra familia. También me enseñaron a coser y bordar. Y algo de historia y geografía. En los salones y en las tertulias de las familias amigas en Coro, donde conversábamos de tantas cosas, a veces leíamos libros religiosos, o sobre el arte de la cocina, novelas o alguna que otra comedia. Y también poesía.
En esos folios, que usted gentilmente me ha permitido leer, hay otras historias sobre mi educación. Unos dicen de mí que estudié en Coro en el Colegio de las Salcedas, y después en Caracas, en el convento de las monjas de la Concepción. Por eso cuentan que estaba yo en Caracas cuando los sucesos del 19 de abril de 1810. Mi tío monseñor Mariano de Talavera y Garcés, hermano de mi madre, estaba para ese tiempo en Mérida como profesor de Sagrada Escritura en el Real Colegio de San Buenaventura. Fue partidario de los patriotas desde ese glorioso día. Asistió en Mérida, como diputado por el clero, al Cabildo Abierto del 16 de septiembre, y allí fue electo vocal de la Junta Patriótica, quien lo nombró su vicepresidente, y firmó, el 21 de septiembre de 1810, el decreto de erección de la Real Universidad de Mérida.
Pero como le iba diciendo, otros aseguran que no pude haber estudiado en el Colegio de Las Salcedas porque no existía el tal colegio, y que lo que había era un convento llamado Nuestra Señora de la Salceda y era de varones y donde las niñas no podíamos entrar. Según ellos, sí hubo en Coro, cuando yo era una niña, algo que se llamaba la Casa de las Educandas, regentada por doña Inés de Tellería; quedaba en la calle Talavera, y cuentan que fue uno de los primeros colegios femeninos de Venezuela y donde yo pude haber estudiado. ¡Tremendo lío! Pero, ¿cuántas historias de tanta gente se han perdido en el tiempo y no se sabe bien qué fue de ellas, ni qué hicieron?
¿No escriben cartas ustedes? Algunas mías, de las tantas que escribí, andarán perdidas entre los baúles de las viejas casas, o en alguna biblioteca. En unas conté mis penas y alegrías y preguntaba por la salud de aquellos a quienes estaban destinadas. En otras, con sigilo, iba tejiendo con palabras las alianzas para la causa patriota. O como aquella que firmé, y se hizo pública, con otras mujeres en Barinas… Sí, está bien. Todavía no toca, pues me ha solicitado encarecidamente sea ordenada contándole mi vida. Otras cartas tuvieron como asunto principal lo referido a mis bienes. Bueno sería encontrarlas o que el que tenga alguna la diera a conocer. Pienso que así se sabría algo más de mi vida, de mi carácter, de mi forma de pensar.
Me comenta usted que en su tiempo se informan con esos variados artilugios que al parecer, y según me explica, llevan las palabras por el aire a una gran velocidad, como si las gentes se estuvieran viendo pero están a una gran distancia. ¿Y para qué quieren todo tan rápido? No sé por qué me figuro que en su tiempo han olvidado esperar, pues precisamente esperar, que como me dijo una vez mi tío monseñor Mariano de Talavera y Garcés, que sabía de latines y de muchos otros asuntos, y algunos aprendí de él, era tener esperanza.
Sin embargo y a pesar de lo que pueda usted pensar, en mi época nos enterábamos de todo o de casi todo. Las noticias iban a pie, en burro, en mula o en caballo; también en barco. Era muy niña cuando de voz en voz oí la historia de José Leonardo Chirino, el negro rebelado. ¿Quiere que se la cuente?
Pues decían que él era hijo de un esclavo que servía a la familia Chirino. Era zambo porque había nacido de india y negro, y por lo tanto, libre. Tenía tres hijos con una mulata llamada María de los Dolores. José Leonardo Chirino sirvió a don José Tellería, uno de los hombres principales de la provincia de Coro, rico comerciante y síndico procurador de esa ciudad. Este señor Tellería viajó, por motivo de negocios, a Haití y José Leonardo lo acompañó como su sirviente. Allí escuchó hablar de la Revolución Francesa y de los ideales de libertad, igualdad, fraternidad y comunidad; contaban que también tuvo trato con los negros esclavos que se habían levantado contra los blancos y estaban luchando por su libertad. Refieren que cuando regresó a Venezuela se reunió con un grupo de conjurados; entre otros, con José Caridad González, en el trapiche de la hacienda Macanillas, en Curimagua, en la serranía de la provincia de Coro. Allí, el 10 de mayo de 1795, estalló la insurrección de los esclavos, a punta de machete, con la idea de establecer lo que llamaron la Ley de los Franceses, o sea, la República, para eliminar la esclavitud, fundar una sociedad de clases sociales iguales, suprimiendo los privilegios y derogando los impuestos de alcabala. Cuando descendían para tomar Coro, las autoridades españolas, que ya estaban prevenidas, los atacaron. Muchos fueron asesinados y otros, aprehendidos. Chirino logró escapar, pero días después fue capturado porque un conocido suyo lo traicionó. Así que, como se supo en mi época, fue trasladado a Caracas, donde la Real Audiencia lo condenó a la horca el 10 de diciembre de 1796. La sentencia se ejecutó en la plaza mayor de Caracas. Y lo más terrible, lo que hacía estremecer las voces de los que narraban esta historia entre susurros, fue que como escarmiento, y para desalentar otras rebeliones de los esclavos, la cabeza de José Leonardo Chirino fue puesta en una jaula de hierro en el camino hacia los valles de Aragua y Coro, y sus manos cortadas se fijaron en Curimagua y Caujarao. Además, por si no bastara, su mujer y sus tres hijos fueron vendidos como esclavos…
¿Le cuento otra? Pues cuando tenía yo como 15 años, de voz en voz se supo que don Francisco de Miranda, en la madrugada del 3 de agosto de 1806, desembarcó en La Vela de Coro. Venía con la intención de establecer un gobierno libre en Sur-América, independiente de España. Que había venido con 11 barcos y 300 hombres. Al tomar el fortín de La Vela, pusieron en lo alto una bandera con los colores amarillo, azul y rojo. Asegurada La Vela, Miranda y su ejército marcharon a tomar Coro. Pero cuando llegaron allí, la ciudad estaba desierta de autoridades españolas, pues los leales a España habían corrido la voz de que venía Miranda y era un hereje, un traidor, enemigo de Dios y del rey. Así corrían de rápido las noticias. A pesar de las proclamas y los pasquines que Miranda y sus partidarios se ocuparon de repartir, las gentes de Coro y de La Vela les dieron la espalda a sus ideas. Algunos señalaron que así sucedió por la fuerte prédica de la Iglesia contra él y por el temor reverencial al rey de España. Así que Miranda se retiró a La Vela y de ahí partió de nuevo hacia las islas del Caribe.
Me habla usted de que muchos años después, ya en el siglo XX, un historiador venezolano llamado Mariano Picón Salas y otros como él vinieron a decir que Miranda no fue derrotado por las tropas españolas, sino por la indiferencia o la ausencia de la población. Pues tendrían razón, digo yo, porque no había nadie cuando llegaron. Aunque también se comentaba que lo que faltó fueron alimentos y pertrechos suficientes para enfrentar a las tropas españolas enviadas a Coro para combatirlo. Fíjese usted que nos enterábamos de todo, o casi todo, como ya le había indicado.
¿Le estoy cansando con tanta palabra? Pues entonces sigo. Ya le había contado que mi tío monseñor Mariano de Talavera y Garcés desde el 19 de abril de 1810 fue partidario de los patriotas y en Mérida fue elegido vocal de la Junta Patriótica como diputado por el clero. También atendía la feligresía de Barinas. No olvide que Barinas y Mérida eran dos de las siete provincias que respaldaron a la Junta Suprema de Caracas, y sus diputados acudieron a la firma del Acta Declaratoria de la Independencia el 5 julio de 1811. Miranda había regresado y su pensamiento comenzaba a hacerse realidad. ¿Qué cuáles eran las otras cinco? Caracas, Cumaná, Barcelona, Margarita y Trujillo. ¿La provincia de Coro? Debe usted recordar que las provincias de Coro, Maracaibo y Guayana se mantuvieron leales al rey de España.
En esa situación se hizo harto difícil la vida en Coro, por lo que en 1811, cuando tenía yo como 20 años, nos fuimos mi madre, doña Ignacia Talavera y Garcés, y yo a vivir con mi tío don Mariano en Barinas, atendiendo su gentil invitación. Y el cuidado que nos procuraría… Allí nos reuníamos en las casas de las familias Briceño, Méndez, Iribarren, Coeto, Villafañe, Linares, Porras, Montes de Oca y otras, y los asuntos de la guerra de Independencia eran los más tratados en nuestras conversaciones. Se propalaban noticias de las dificultades y los triunfos de la guerra allí donde llegaba el ejército libertador. Éramos de la opinión en las tertulias de que nosotras las mujeres podíamos aportar mucho en la contienda por alcanzar la libertad de la patria, tan necesitada de ayuda, y nos mostrábamos prestas a cumplir con los deberes que para ello fueran necesarios.
Estando en esto, va y acontece que en octubre de 1811 la provincia de Guayana se alzó contra los patriotas y las tropas realistas se alistaron para invadir Barinas concentrándose en San Fernando. ¡Imagínese el peligro!, aquellos hombres brutales y malvados, realistas por su apoyo al rey de España contra los independentistas y partidarios de la república, se acercaban para arrasar con todo lo logrado. El gobierno provincial de Barinas no tuvo más remedio que sacar de la ciudad las fuerzas militares con que contaba para protegerla, tratando así de contener a los invasores.
Usted sabe el peligro que es vivir, las mujeres lo hemos sabido siempre. Pero estando en ese acontecer, el miedo no era de recibo. Así que una representación de las mujeres de Barinas escribimos una carta al gobernador provincial, don Pedro Briceño del Pumar… ¡Vaya! ¡Pero si la tiene usted ahí entre todos esos papeles! Pensé yo se habría perdido como tantas de mis cartas. El papel lo tiene difícil para conservarse; como todo lo demás, perece con el paso del tiempo. Debería copiarlo tal cual aparece en La Gaceta de Caracas, del martes 5 de noviembre de 1811, para el conocimiento sobre el pasado de Venezuela y la contribución de las mujeres en la suerte del país. ¿Le parece?...
«REPRESENTACIÓN Que hace el Bello Sexo al Gobierno de Barinas. Excelentísimo Señor: Las Ciudadanas abaxo subscriptas, en nombre de las demás de su sexo, a V.E. representan: que noticias de la invasión que intentan los Guayaneses en el punto de S. Fernando, y de que ha sido forzoso dirigir toda la fuerza que había de guarnición en esta plaza a aquel apostadero, no han podido las representantes menos que extrañar no se haya contado con ellas para proteger su seguridad, quando se está incomodando las tropas de los Pueblos suburbios que podían reemplazar. No ignoran que V.E. atendida la debilidad de su sexo acaso ha procurado eximirnos de las fatigas militares; pero sabe muy bien V.E. que el amor a la patria vivifica a entes más desnaturalizados y no hay obstáculos que por insuperables no venza. Nosotras revestidas de un carácter firme y apartando a un lado la flaqueza que se nos atribuye, conocemos en el día los peligros a que está expuesto el país el nos llama a su socorro y sería una ingratitud negarle unas vidas que sostiene. El sexo femenino Señor, no teme los horrores de la guerra: el estallido del cañón no hará más que alentarle: su fuego encenderá el deseo de su libertad, que sostendrá a toda costa en obsequio del suelo Patrio. En esta virtud y deseando alistarse en el servicio para suplir el defecto de los Militares que han partido a S. Fernando, suplican a V.E. se sirva tenerlas presente y destinarla a donde le parezca conveniente baxo el supuesto de que no omitirán sacrificios que conciernan a la seguridad y defensa. Barinas, Octubre 18 de 1811. Exmo. Sr.
Nicolasa Briceño—María Miyares—Manuela Mendez—Concepcion Villafañe—Josefa Camejo—Joaquina Gracies—Maria del Rosario Iribarren—Juana Ma. Norsagaray—Ana Josefa Bragado— Concepcion Briceño—Concepcion Coeto—Francisca Coeto—Rita Josefa Briceño—Candelaria Coeto—Nicolasa Pumar—Josefa Villafañe—Rita Garcia—Josefa Porras—Josefa Montes de Oca— Josefa Linares—Concepcion Arrevolasa».
¿Qué opinión le merece? Pensábamos nosotras que las mujeres debíamos tener, junto a los varones patriotas, las mismas obligaciones y sacrificios para defender la patria y estábamos dispuestas a alistarnos en cualquier servicio. Pero imagine nuestra decepción cuando el doctor Nicolás Pumar, secretario de gobierno de la provincia, al margen de la carta estampó lo siguiente… ¿Lo va a copiar?... Cópielo tal cual, no importa que las máquinas esas le resalten lo que en su tiempo son faltas a la ortografía. Las gentes saben de los cambios que el tiempo trae, y de esos también...
«Barinas, 18 de Octubre de 1811.-Densele al Bello Sexo las mas expresivas gracias, insinuandosele el agrado con que el Gobierno ve sus sentimientos nacidos de un verdadero amor a la Patria, a cuyo servicio se destinará con oportunidad ocupándosele en los negocios en que se le considera mas útil.-Hay una rubrica. PUMAR, Secretario. Es copia. Barinas, 20 de Octubre de 1811. PUMAR, Secretario».
Sépalo usted: esa respuesta no nos amilanó ni nos hizo cejar en nuestro empeño de defender la patria y construir la República. Y todas las que firmamos esa carta, y muchas mujeres más, desconocidas por la historia, lo hicimos. Según he podido ojear en sus libros, entre otros estudiosos de la historia de la patria, ese historiador don Virgilio Tosta tuvo palabras de alabanza para todas nosotras, y especialmente para mí.
Como se habrá dado cuenta por los nombres en el documento de las mujeres de Barinas, Nicolasa Briceño era hija del coronel Pedro Briceño Pumar, y Manuela Méndez, quien también firmó, era su esposa. Los Briceño era una de las familias, con las que teníamos relaciones, más importantes de Barinas y desde el primer momento se situaron a favor de la independencia de Venezuela. Pedro Briceño Pumar fue el primer comandante de armas republicano contra el poder español en la provincia de Barinas. Estuvo al lado de Simón Bolívar en la Campaña Admirable y este dijo de él que fue un «modelo de modestia, de subordinación y de serenidad en los peligros». Del matrimonio de don Pedro Briceño Pumar con doña Manuela Méndez nacieron diez hijos. Todos sirvieron a la causa de la libertad. Los varones, en las batallas contra los realistas y las mujeres, en las distintas actividades en que fueran requeridas. Fíjese que en la batalla de Araure, ganada por los republicanos el 5 de diciembre de 1813, el coronel Briceño Pumar fue el segundo de Bolívar; cinco de sus hijos también pelearon allí: Juan Nepomuceno, José María, Nicolás, Sancho y Cosme.
¿Recuerda que le había dicho que mi tío monseñor Mariano de Talavera y Garcés era profesor en la Universidad de Mérida? Pues el doctor Juan Nepomuceno Briceño Méndez (el hijo mayor de don Pedro Briceño Pumar), con quien me casé en 1813, también. Tenía yo 22 años. Era profesor de Filosofía desde 1808 en el Seminario de la ciudad de Mérida. En Barinas concurrió al Cabildo Abierto del 5 de mayo de 1810 y firmó el Acta de la Diputación Provincial el 27 de marzo de 1811. Coronel de las Caballerías de Apure, acompañó a su padre en la campaña de Barinas y al general Páez en la de Apure. Y también estuvo a las órdenes del general Urdaneta…
Es muy grato lo que me hace saber. ¡Josefa Camejo en la Universidad Central de Venezuela el 12 de abril de 1995! O sea, que por iniciativa del Centro de Estudios de la Mujer de la UCV, se aprobó en esa fecha el reglamento de la Orden Josefa Camejo para reconocer la labor de mujeres y hombres que han trabajado contra todo tipo de discriminación por razones de sexo. ¡Quién lo pensaría en mi tiempo!
Trabajo no cuesta narrarle lo que viene, pues así lo convine con usted. Pero mucho dolor sí. En noviembre de 1813 y ante el acoso de los realistas a la ciudad de Barinas, encabezados por su jefe, José Antonio Puy, se decidió la evacuación de la población patriota, más de mil almas. El comandante de armas, Pedro Briceño Pumar, y el gobernador político, don Manuel Antonio Pulido, fueron los conductores. En compañía de mi marido, el coronel Juan Nepomuceno Briceño Méndez, y mi madre, doña Ignacia Talavera y Garcés, marchamos mujeres, niños y ancianos, sorteando caminos y trochas intratables y difíciles; ríos casi imposibles de vadear. Nos dirigíamos a San Carlos. Era época de lluvias y algunos de los ríos habían crecido tanto que eran un inmenso y peligroso torrente. Cuando estábamos cruzando el río Santo Domingo… ¡Ay Dios!... Discúlpeme, sigue siendo recuerdo muy terrible para mí y se me corta el aliento… Bueno, cuando cruzábamos el río Santo Domingo las corrientes hicieron zozobrar la curiara donde, entre otras personas, iba mi madre. Todos murieron. No hubo forma ni manera de salvarlas. ¡Mi madre, doña Ignacia! ¡Era tan santa y tan buena! Valerosos hombres y mujeres lograron rescatar su cadáver y me dirigí a Guanare con mi esposo para darle cristiana sepultura. Los demás continuaron a San Carlos como estaba previsto, pues allí la gente que había emigrado de Barinas encontraría la compasión de los habitantes de la ciudad y, como dijo el general Urdaneta, quizá también la compasión del enemigo, quien temeroso de los patriotas podría mostrarse menos inhumano. Después de sepultar a mi madre en Guanare, yo misma viajé también a San Carlos.
Le cuento que en abril de 1814, el general Urdaneta y las tropas conducidas por él regresaron a San Carlos después de defender la ciudad de Valencia. De allí partiría en seguida hacia El Tocuyo y Barquisimeto. La orden del general Urdaneta era que los varones marchasen con la división y que las mujeres, los niños y los ancianos se quedaran en San Carlos con la protección de Dios. Que se repartieran en casas de particulares con la esperanza de que su generosidad les diera el pan. Solamente tres mujeres salimos vestidas de hombre en las filas de los patriotas y a hurtadillas: la hermana de los capitanes Canelones, la mujer de un tal Valbuena, llamada Manuela Tinoco, y yo misma. ¿Algunas gentes dudan de que nos pusimos pantalones como los hombres? Pues qué necedad. Nuestra feminidad no está en la vestimenta, precisamente. Y en esa situación de guerra era imperativo… ¿Conoce los versos de sor Juana Inés de la Cruz?... Recuerde aquella redondilla «Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis…»
Pero sigamos. Bajo el mando del general Urdaneta partimos. Mi marido también estaba allí… ¿Que el propio Urdaneta cuenta lo de nosotras disfrazadas de hombre en sus memorias? ¿Y también O’Leary? Pues qué bueno se hayan acordado de nosotras y nuestra valentía. Por todo el camino hacia la Nueva Granada fuimos atacados por fuerzas realistas en incesantes batallas y escaramuzas. Nosotras ayudábamos a las tropas curando heridas, acarreando agua, cocinando alimentos, hasta hacíamos guardias nocturnas. La República había caído otra vez en manos realistas, a pesar de la Campaña Admirable de Simón Bolívar y los valientes patriotas Atanasio Girardot, José Félix Ribas y Rafael Urdaneta. En ese año terrible los jefes realistas Domingo Monteverde y el cruel José Tomás Boves con sus fuerzas, algunas recién venidas de España, persiguieron a los patriotas implacablemente, despojándolos de sus bienes, y encarcelando a otros; asesinaban y violaban a las mujeres. Unos patriotas emigraron hacia las Antillas, otros a la Nueva Granada. Nosotros, al mando del general Urdaneta, llegamos a Cúcuta y el vecino gobierno republicano nos acogió… pero eso es otra historia. Aunque paréceme la misma pues todo era una lucha por la libertad. ¡Y vaya si la conseguimos, a pesar de tantos años y tantos dolores y desolación que costó! …Sí, ya sé que me dijo que fuera lo más ordenada posible, pero es que los hechos no se suceden uno tras otro, sino muchos juntos; paréceme que la vida no es ordenada. ¡Ocurren tantas cosas al mismo tiempo!
Bueno, pues era 1815 cuando llegamos a la Nueva Granada. Ya estaba yo embarazada de mi primer hijo cuando llegamos a Bogotá. Allí encontramos refugio en la casa de la familia del general Francisco de Paula Santander. Algunos años después, en 1820, una hermana de él, Josefa Dolores, se casó con José María Briceño Méndez, hermano de mi esposo. Juan Nepomuceno había regresado a Venezuela a continuar la lucha contra los realistas para recuperar la patria y estaba a las órdenes del general José Antonio Páez en las selvas de Achaguas. Así pues, mi primer hijo nació en Bogotá y le puse por nombre Wenceslao. Pero también me ocupé de las cosas de la patria. Le digo que la noticia de la liberación definitiva de la provincia de Guayana, en 1817, por el ejército patriota comandado por Simón Bolívar, y la restauración de las instituciones republicanas, fue una alegría inmensa. A pesar de que los realistas tenían espías en Bogotá para controlar nuestros movimientos y eran un peligro constante, hacíamos reuniones y nos manteníamos al tanto de los acontecimientos en Venezuela.
Permanecí en Bogotá, con mi hijo, hasta 1818. Ese año, en agosto, Bolívar, al mando de un ejército de Venezuela y de la Nueva Granada en la Campaña de los Andes, con Francisco de Paula Santander y José Antonio Uzcátegui, derrotaron en Boyacá al ejército español. Fíjese que el virrey Sámano huyó corriendo de Bogotá. Y fue como reflejan sus libros: Bolívar entró en Bogotá y se hizo firme la independencia de la Nueva Granada.
La vida durante esos años, le hablo de mi estancia en Bogotá, fue de mucho trabajo y sinsabores. ¡Había tanto que hacer para la libertad de la patria y tanta escasez y dificultades! ¡Tanta vigilancia! Los dineros no alcanzaban para nada, por lo que en septiembre de 1818 viajé a Coro; allí le conferí un poder a don Antonio María Cordero, quien era visitador de la Renta de Tabaco de la provincia de Barinas… ¿Cómo dice de Barinas? ¿Qué Barinas son los ríos, el tabaco y el viento? ¡Ah!, que es el nombre de un libro de un escritor de su tiempo… Como le contaba, le di el poder para que a mi nombre recaudase cinco esclavos de mi difunta madre y tramitara su venta. Con esos dineros podríamos mi hijo y yo vivir con cierta dignidad y sin tanto sobresalto, y además procurar los viajes que en secreto realizaba para la causa de la patria.
Mi tío, monseñor Mariano de Talavera y Garcés, después del terremoto de marzo de 1812… ¿No le conté lo del terremoto? Preste atención. Era Jueves Santo y las gentes estaban en las iglesias, cuando un terrible temblor asoló Caracas, Barquisimeto, Mérida, El Tocuyo, San Felipe y otras poblaciones. Dicen que en Caracas murieron unas diez mil personas y en La Guaira unas tres mil. ¡Imagínese esa tragedia! Y los realistas, pescando en río revuelto, les hicieron creer a los ciudadanos que era un castigo del cielo por apoyar la causa independentista. Contaría después el señor José Domingo Díaz, partidario del rey español, que Bolívar indignado por la prédica de los frailes de que el temblor era un castigo de Dios, se dirigió a la multitud, congregada en la plaza de San Jacinto, y les dijo que sólo se trataba de un fenómeno natural y nada tenía que ver con las ideas religiosas o políticas. Y ahí fue donde dicen que dijo «Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca».
Pues como le venía contando, mi tío, después del terremoto y de la entrada de Domingo Monteverde, el jefe realista, en Caracas, emigró a la Nueva Granada. Allí lo capturaron los españoles y, después de llevarlo en un viaje terrible por Cúcuta, Maracaibo, Barquisimeto y Coro, lo hicieron preso en las tenebrosas bóvedas del castillo de la Guaira. Fueron inútiles todas las diligencias que su padre, mi abuelo, hizo para que lo liberaran. Hasta 1815 estuvo preso. Mi tío se vio obligado a predicar sobre el indulto, pues esa fue la condición que el jefe realista Pablo Morillo le impuso para liberarlo. ¿Me dice que ese sermón se hizo famoso y que lo conocen como el Sermón del Indulto? Así debe de ser, pues era un gran orador.
No sin peligro regresé a Venezuela en 1818. Wenceslao, mi hijo, ya tenía tres años. Una de las historias de sus libros narra que regresé vestida de mendiga; le digo que si fue así o no, ya no tiene la menor importancia. Pero sí le certifico que los patriotas habíamos construido una red inmensa por toda América: los hilos del amor a la patria libre del yugo español. Y por ella hicimos todo lo necesario.
Cuando llegué a Barinas encontré a mi esposo Juan Nepomuceno recuperándose de las heridas y enfermo de fiebres intermitentes. ¿Sí le había dicho que estuvo a las órdenes de José Antonio Páez en las selvas de Achaguas combatiendo a los realistas? Cuando lo vi así, recordé un remedio de mi amada Paraguaná para tratarlo de las fiebres. ¿Usted sabe lo que es la purga angélica?... Eso se hace con sen, jalapa, ruibarbo y crémor. Se pone a hervir y se toma la infusión bien temprano en la mañana y esa es la primera cura. La segunda se hace los días siguientes y se toman dos cucharadas todos los días de un brebaje que se prepara con raíz de brusca, de majagüilla y de cundeamor. Hasta que pasen las fiebres. ¿Ya no se curan así? Imagínese. Con todos los cuidados, los remedios y la alegría de vernos mi esposo se recuperó. Al año siguiente, en 1820, nació mi hija Teotiste. Era una niña hermosa y ruidosa.
La guerra parecía no tener fin. Pero ya en 1820 las victorias de los patriotas estaban desmoralizando a los realistas. Tanto fue así que el general español Pablo Morillo se fue a Puerto Rico; dicen que presagiando la derrota y cansado de esa alma indomable, como había llamado al Libertador Simón Bolívar. Dejó al mando a Miguel de La Torre y a Tomás Morales en Valencia, donde tenían los realistas su cuartel general, además de Puerto Cabello, que les permitía salida al mar Caribe y comunicación con Puerto Rico y Cuba, otras posesiones españolas. Los patriotas dominábamos Oriente con el general José Francisco Bermúdez, Occidente con el general Rafael Urdaneta, y el general José Antonio Páez en Los Llanos. Bolívar pensó que si se concentraban todas las fuerzas patriotas en San Carlos para avanzar hacia Valencia, se podría conseguir la victoria definitiva. Nadie le ganaba en el arte de la guerra. Así que se reunió con Páez en Guanare, a quien encargó la jefatura de operaciones, y este debía salir de los llanos de Apure; Bermúdez, desde Cumaná, debía asediar Caracas; y Urdaneta debía ocupar Maracaibo y luego Coro, que todavía estaban en poder de la gente del rey de España. El general Cruz Carrillo Cedeño saldría con sus fuerzas desde Trujillo. Bolívar mismo saldría de Barinas, pasando por Trujillo y Guanare. Todos hacia San Carlos para ir a Carabobo a la batalla definitiva.
En Occidente la labor era ardua, pues en Coro y Maracaibo los partidarios del rey de España resistían. Así que para marchar hacia San Carlos, como habíase previsto, era forzoso convencerlas para la causa de la patria. Mi tío monseñor Mariano, de acuerdo con el general Urdaneta, había estado en la provincia de Coro en diciembre de 1820. Su misión fue visitar varios pueblos para convencer a las gentes a favor de la causa de la República. En Paraguaná muchas personas importantes mostráronse de acuerdo. Mi tío, ferviente patriota, no tuvo en cuenta los peligros que esta acción suya, como tantas otras, acarreaba. Le digo que la conspiración era considerada por los realistas un delito gravísimo. Era castigada con saña y la pena era la muerte.
Como luego me contó, cuando nos vimos en Maracaibo, en Coro se reunió con el teniente Juan Garcés; en Pueblo Nuevo con don Jacobo y don Enrique Garcés. Todos ellos eran parientes nuestros. También el comandante Segundo Primero se mostró de acuerdo. En Pueblo Nuevo fueron a las reuniones los Hidalgo y los Sierraalta, de Buenevara; los Reyes y los Petit, de Guacuira; los Naranjo de Moruy; los Guardia, de El Vínculo; los Tinoco, de Adícora; de Santa Ana, don Pedro José de la Peña, quien era un antiguo oficial de las milicias realistas, y otros muchos más. Allí, y en medio del entusiasmo de ir logrando lo que en los planes se había concebido, mi tío Mariano de Talavera y Garcés, les informó que yo, Josefa Camejo, iría en el momento oportuno con las instrucciones para el alzamiento y cómo debía hacerse el pronunciamiento de la provincia de Coro a favor de la incorporación a la República. ¿Le estoy cansando con tanto detalle?... De Paraguaná fue hasta la Sierra, donde se entrevistó en San Luis con el capitán José María Villavicencio para darle la consigna. Al bajar a Coro lo esperaba el teniente-coronel León Ferrer, con quien también se puso de acuerdo.
¿Recuerda que le había dicho que Bolívar iba a salir de Barinas para llegar a San Carlos? Pues en los planes a mí me tocó ir desde Barinas a Maracaibo para recibir instrucciones del general Urdaneta sobre el alzamiento de la provincia de Coro. En 1821, en enero, fui a Maracaibo. Los planes habían comenzado. Urdaneta, el 27 de enero, y en coordinación con don Juan Evangelista Delgado y don Francisco Delgado, quien era gobernador de Maracaibo, y el jefe patriota José Heras, al frente del Batallón de Tiradores, y con acompañamiento popular, toman la ciudad y se pronuncian a favor de la República. Al día siguiente don Domingo Briceño quedó encargado del gobierno republicano de Maracaibo. Eso, como usted sabe, acabó con el armisticio que habían firmado en Trujillo el año anterior Simón Bolívar, por las fuerzas patriotas, y Pablo Morillo, por los realistas. Así que el jefe realista Miguel de la Torre lo declaró roto y las hostilidades de la guerra se reiniciaron el 28 de abril. Todo iba saliendo como había sido planificado, pues así Maracaibo ya estaba del lado patriota.
A mi llegada a Maracaibo, como le iba diciendo, el general Urdaneta y mi tío monseñor Talavera y Garcés me dieron las instrucciones para preparar la insurrección de la provincia de Coro; los nombres de todos los comprometidos con la causa y de los que yo podría persuadir y convencer para sumarse a ella. Me puse en movimiento de inmediato.
Regresar a Paraguaná, mi tierra de la infancia, la tierra de mi amada madre siempre en mi memoria, me conmovió. Era yo del parecer de que el rumor de la libertad era como el viento incesante de Paraguaná. Como él, iba metiéndose por todos los rincones a mi paso por las arenas calientes del hilo de tierra que comunicaba tierra firme con Paraguaná. Los realistas no contaron con el viento incesante de mi tierra: parecíame el encargado de llevar a todos lados la consigna de la libertad. ¿Cómo iban a poder parar el viento y yo moviéndome con él?...
Después de tanto tiempo llegué finalmente al hato de Aguaque. Habíamos planificado que el pronunciamiento de Coro fuera el 18 de mayo de 1821, pues coincidía con el día de mi nacimiento hacía ya 30 años. Así que la celebración de un festejo por el día de mi nacimiento fue un pretexto perfecto para alejar cualquier sospecha. Todo fue un trajín incesante; las reuniones se sucedían una tras otra; órdenes iban y venían por todos esos caminos para preparar el pronunciamiento y terminar de convencer a los reacios. José del Rosario Chayo González, el caporal de Aguaque, no tenía descanso de tantos preparativos y órdenes que le daba. Pero como ya antes le había dicho, el viento que llevaba las voces de la libertad por toda Paraguaná también llegó hasta los oídos de los realistas en Coro. De modo que decidí adelantar todo el plan.
Así, en la madrugada del 3 de mayo de 1821 partimos los patriotas hacia Miraca y Baraived, con armas, caballos, mulas y a pie. También llevábamos tres cintas con los colores de la bandera que tantos años atrás Miranda trajo cuando desembarcó en La Vela. En el camino se nos iban uniendo los que querían patria. Recuerdo, conmovida, a aquella joven del caserío de Guacuira que se llamaba América de los Reyes; cuando se acercó a mí para comunicarme la decisión de los pobladores de apoyar la revolución, díjome también que desde ese día su nombre sería América Reyes, porque América era un pueblo libre y no de los reyes.
Sabíamos que había llegado desde Coro, la noche anterior, el sanguinario Chepito González con un piquete de soldados leales al rey de España. Traía la encomienda de eliminar a los cabecillas de la conspiración, como la llamaban los realistas. Cuando los patriotas llegamos a Miraca, cercamos la casa donde estaba y le pedimos rendición. Por supuesto que se resistió, pero sus mismos soldados lo eliminaron, y de seguido se nos entregaron diciéndonos que querían incorporarse a las filas patriotas, cosa que les permitimos e hicieron. Resuelta esta dificultad nos encaminamos a Pueblo Nuevo. Antes de llegar nos detuvimos a una distancia prudente de la Casa de Armas. El teniente Segundo Primero era el comandante de las fuerzas acantonadas en Pueblo Nuevo. Yo avancé en mi caballo hacia el cuartel, y al aviso del centinela de que se acercaba un jinete, el comandante ordenó que me dejaran pasar. Tal como habíamos planeado, yo le grité ¡Viva la revolución! ¡Viva la patria! Pero como él no estaba en cuenta de que habíamos adelantado la fecha convenida, por un instante vaciló. Así que le grité de nuevo: «¡Si usted no procede, procederé yo! ¡Viva la revolución!» Y el comandante entonces respondió: «¡Mi palabra está empeñada y yo la cumplo, viva la revolución!» Y todos los que allí estaban repitieron esa consigna. En ese momento llegó José Francisco Petit, desde El Vínculo, con unos doscientos hombres. En la plaza de Pueblo Nuevo, Santo Ángel Loubet estaba arengando a las gentes. Por todas partes el viento y las gentes gritaban ¡Viva la revolución! ¡Viva Bolívar! Hacia allí nos dirigimos todos y bajo la sombra de un cují… Caramba, ¿me dice usted que hasta hace pocos años estuvo en pie?... Don Jacobo Garcés leyó el acta del primer gobierno patriota de la provincia de Coro. ¡Allí en Pueblo Nuevo estaba toda Paraguaná! ¡Las gentes nos vitoreaban y todo era un alborozo!...
Me dirigí a todos los allí reunidos. Les expliqué que la patria demandaba sus servicios y que el sacrificio por ella, cualquiera fuese, lo era por la causa de la independencia. Les sugerí a los miembros de la Junta Patriótica de Paraguaná que Santo Ángel Loubet y Segundo Primero debían ser nombrados como autoridades militares, pues ellos continuarían uniendo voluntades a la causa de la libertad. Y los animé para que siguiéramos a Coro y la tomáramos para la República. Ya un correo había partido para informar de estos hechos al Cuartel General Libertador de Maracaibo, pues el general Urdaneta esperaba noticias del resultado de mis acciones.
¿Tiene el acta en un libro del doctor Pedro Arcaya? Debe de ser descendiente de don Mariano… Pues escríbala ahí para conocimiento de todos:
«En este Pueblo Nuevo de la península de Paraguaná, a nueve de mayo de mil ochocientos veintiuno, habiéndose reunido y convocado los señores que componen la Junta provisional de Gobierno que se ha instalado en la casa del Presidente de ella, ciudadano Mariano Arcaya, con el fin de tratar y acordar sobre el oficio que se acaba de recibir de la Junta instalada en Coro, por haber evacuado esta ciudad las autoridades anteriormente constituidas relativa a suplicar se detenga la entrada de nuestras Tropas en aquella capital, hasta ver el resultado de la disputa, enviada a tratar con el Jefe de los de Maracaibo, acordaron que inmediatamente marchasen nuestras Tropas a ocupar dicha capital, y que se diputase al ciudadano Mariano Arcaya Presidente y comandante accidental para que representando la autoridad de este Gobierno, de acuerdo con los Jefes Militares Ciudadano Santo Ángel Loubet y Segundo Primero, tome todas las providencias militares, en seguridad y organice todo que concierna al ramo de la administración política y civil, según su prueba y conocimiento, se ponga en comunicación con el Jefe de las Fuerzas de la República que vienen por el Occidente y todo de pronto aviso a éste Superior Gobierno para las ulteriores determinaciones, con lo cual se concluyó esta Acta, que firman los señores Presidente, Vice-Presidente y Vocales de la cual se dará testimonio certificado por toda la Corporación por ante mí el Secretario de mi cargo y según lo en ella mandado lo seque en esta foxa y la firma de los señores que acomponen la Junta Sup. Provl. Del Gobierno de Colombia (sic) en este Pueblo Nuevo, día, mes y año de su acuerdo por ante el Secret. De que certificó.- Henrique Garcés, Vicepresidente; Juan N. Sierraalta, Vocal Pr. Buenavista; José Luchón, Vocal de Baraibed: Francisco Muguel Pulgar, Vocal de Buenavista; Cristóbal de Medina, Pr. Buenavista; Carlos Antonio Naranjo, Vocal de Moruy; Dámaso Blanco, Secrt.»
Después de que juraron cumplir sus obligaciones por Dios y por la Patria, los patriotas de Paraguaná partimos sin más dilación hacia Coro, comandados por Santo Ángel Loubet y Segundo Primero acompañando al presidente de la Junta, don Mariano Arcaya. No los conté, pero decían que éramos más de quinientos.
Llegamos a Coro el 9 de mayo de 1821 y ocupamos la ciudad sin ninguna resistencia de los realistas. También ocupamos el puerto de La Vela. Las voces y el viento habían traído la buena nueva de la libertad. El gobernador español Bernardo Miyares y las otras autoridades habían huido hacia Puerto Cabello. Sabían de la revolución de Paraguaná y que el general Urdaneta venía desde Los Puertos de Altagracia; así que cuando llegó a Coro, la consiguió liberada de los realistas y presta a acudir con sus fuerzas a la reunión de los ejércitos patriotas en San Carlos.
Cuentan que cuando Bolívar tuvo conocimiento de la gesta de Paraguaná, allá en San Carlos hizo una proclama. Y me acuerdo de la fecha, fue el 6 de junio de 1821, donde dijo lo que de memoria le repito: «¡Corianos! Es una satisfacción para la República llamaros sus hijos; vuestra conducta en este último período es conforme a lo que debéis a vuestra Patria y a vosotros mismos. Yo os felicito por el buen uso que habéis hecho de vuestro celo y valor; y me prometo que en lo futuro seréis los más fieles republicanos…».
Como ya sabe usted, el 24 de junio de 1821, a las 12 del mediodía en Carabobo y siguiendo los planes de Bolívar, se enfrentaron el ejército patriota y el ejército realista, y en cosa de una hora la victoria de la patria libre y soberana estaba decidida. Simón Bolívar, el Inmortal Libertador, dirigió el ejército nuestro y Miguel de La Torre, el realista. La Batalla de Carabobo puso sello a la independencia de Venezuela, menos de dos meses después de la Gesta de Paraguaná…
¿Puede escuchar usted otra historia? Yo sé que está esperando con impaciencia que le informe de lo que fue de mi vida después de la revolución de Paraguaná, pero me gustaría sobremanera detallarle alguna cosa más. Importante me parece, pues tiene que ver con las palabras y la imprenta, y seguro que le gusta. ¿Me permite?... Mi tío monseñor Talavera y Garcés, después de sumada la provincia de Coro a la República, regresó a Maracaibo. El señor Roderick, que era el impresor del gobierno patriota, había llegado a Maracaibo desde Angostura, de donde partió el 16 de marzo de 1821. Iba hacia Cúcuta, pues recuerde que en diciembre de 1820 el gobierno patriota se trasladó allí para continuar el ejercicio de sus funciones. Pero cuando llegó a Maracaibo con esa imprenta, el general Urdaneta y las autoridades de Maracaibo, adherida como estaba ésta a la causa republicana, lo presionaron para que la instalara allí. Fue así como se publicó el primer periódico en Maracaibo, entre 1821 y 1822, y se llamó El Correo Nacional. Allí fue redactor mi tío Talavera y Garcés, como lo había sido de la Gaceta de Caracas, redactada por don Andrés Bello, y donde fue publicada la carta que hicimos las mujeres al gobierno de Barinas.
Con el Libertador Simón Bolívar habíamos logrado el sueño de la gran República de Colombia, fundada por el Congreso de Angostura el 17 de diciembre de 1819 y que duró hasta 1830. Le explico. Su territorio fue lo que en sus mapas hoy aparece como Venezuela, Colombia (llamada en mi tiempo Nueva Granada), Ecuador y Panamá. El presidente elegido fue Simón Bolívar y el vicepresidente, Francisco de Paula Santander. Don Pedro Briceño Méndez, hermano de mi esposo, fue nombrado ministro de Guerra y Marina. A fines de 1821, Bolívar fue autorizado para ir hacia el sur para seguir con las campañas libertadoras. Así que el vicepresidente Santander se quedó a la cabeza del gobierno de la Gran República de Colombia desde Bogotá. Mi tío Mariano de Talavera y Garcés fue electo diputado por Coro y viajó a Bogotá en 1823, y en 1827 presidió la Cámara Baja.
Pero en Venezuela la guerra parecía no terminar. Los realistas conservaban Puerto Cabello y el brigadier Francisco Tomás Morales había tomado de nuevo Maracaibo y Coro. Como le había dicho, la Batalla de Carabobo aseguró la independencia de Venezuela, pero no fue sino hasta el 24 de julio de 1823, dos años después, cuando los españoles fueron derrotados definitivamente. Ese día fue la batalla naval del lago de Maracaibo, ganada por el almirante José Prudencio Padilla, cuyos barcos patriotas salieron del puerto de Los Taques, en Paraguaná. El castillo de Puerto Cabello, el último reducto de los realistas, fue tomado por el ejército patriota conducido por José Antonio Páez a fines de ese año. Recuerde que en 1826 un movimiento que se llamó La Cosiata, encabezado por Páez y el letrado Miguel Peña, inició la separación de Venezuela de la Gran Colombia. Esa disidencia se aquietó un poco cuando el Libertador Simón Bolívar y Páez se abrazaron en Valencia en 1827. Pero entonces las diferencias entre Bolívar y Santander, ya conocidas, se intensificaron más en 1828, en la Convención de Ocaña. ¿Qué cuáles eras esas diferencias? Pues las ideas que el Libertador quiso hacer leyes para hacer realidad la libertad, la igualdad, la fraternidad y la comunidad: la supresión de la esclavitud, el reparto de tierras entre los campesinos, que todos los ciudadanos fueran iguales ante la ley, educación para todos… En ese año, 1828, atentan contra la vida del Libertador en Bogotá. En noviembre de 1829 Venezuela anuncia que se separa de la Gran Colombia, dándonos a entender que La Cosiata estaba consiguiendo sus objetivos. Ahí fue cuando Bolívar reunió en enero de 1830, en Bogotá, el Congreso Constituyente y ante él renunció a sus poderes. En junio asesinaron en Berruecos al gran Mariscal de Ayacucho, don Antonio José de Sucre.
Todo se precipitó de tal manera que en unos meses lo que fue la gran República de Colombia se desintegró. Cada uno de los departamentos, recuerde que fueron Venezuela, Cundinamarca y Quito, se constituyó en país independiente y la gran nación de Suramérica se perdió. En Venezuela, el 22 de septiembre de 1830, el Congreso de Valencia aprobó la Constitución de la República y Páez sería el presidente. Ese mismo año en diciembre, el Libertador murió en San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia, clamando por la unidad, la concordia y la paz. Los que habíamos sido sus partidarios comenzamos a ser perseguidos y expulsados de nuestros países. Le cuento estas cosas, que usted debe saber, para que imagine las difíciles situaciones que enfrentamos aún en la República. No tuvimos descanso ni sosiego…
Después del triunfo patriota de Paraguaná y de la toma de Coro para la República en 1821, tampoco hubo paz allí. Los realistas se apoyaron en los pueblos de indios caquetíos, quienes con sus fogatas como señas se reunieron en Santa Ana y se aprestaron a la lucha apoyados por el cura, ante quien juraron en la iglesia vivir y morir defendiendo la religión católica y los derechos del rey de España. A pesar de la carta que el comandante Segundo Primero les envió, pidiéndoles que se mantuvieran neutrales en el caso de no apoyar a los republicanos, la guerra se encendió en Paraguaná. El traidor Pedro Luis Inchauspe, antiguo contrabandista, asoló, saqueó y arruinó Paraguaná, decomisando las propiedades de los patriotas e incendiando sus casas. Una vez tras otra, los patriotas y los realistas se enfrentaron en Paraguaná, agrupados los primeros entre Pueblo Nuevo y Curaidebo, mientras que los segundos lo hicieron en Santa Ana y los pueblos aledaños. Fíjese que Coro, entre mayo y diciembre de 1821, fue ocupada como seis veces. El realista Francisco Tomás Morales, como le había mencionado anteriormente, tomó Coro en diciembre de 1822. Pero en mayo de 1823 no pudo evitar que los patriotas la liberaran, esta vez para siempre. Tanta guerra asoló Paraguaná. Como dice uno de sus libros, allí hasta los cardones pelearon. La gente moría de hambre y la sequía no permitía el fruto de la tierra. Muchos emigraron a otras provincias y no volvieron…
Mi vida después de la revolución de Paraguaná en mayo de 1821 pareciera difuminarse, como dicen los pintores, en sus libros. Fíjese. Algunos de sus papeles señalan que debí regresar a Barinas con mi esposo y mis hijos. Otros sencillamente apenas se ocupan de mí. Dan cuenta de un poder que otorgué al señor Manuel Urbina, quien era vecino del cantón de San Luis, en Bogotá el 17 de febrero de 1828; fue con ese poder que vendí el hato de Aguaque al señor Tomás León el 18 de febrero de 1832. Pero si se fija en las fechas, cuando di ese poder, mi tío don Mariano estaba en Bogotá como diputado del Congreso. Cuentan también algunos, que el 23 de diciembre de 1861 cuando yo tenía 71 años, periódicos de Caracas publicaron que una dama de avanzada edad, de negro, encanecida e inconsolable, asistió al funeral de monseñor Mariano de Talavera y Garcés. Dicen que era yo y que había venido de Curazao. Recuerde que esa isla era el punto intermedio entre Maracaibo y La Guaira…
…Cómo le digo esto. Trato de encontrar las palabras, pero no sé muy bien cómo explicarle que en mi tiempo las gentes estaban divididas en dos clases. Una estaba conformada por los blancos criollos, que eran llamados la gente distinguida o de la primera distinción, clase a la que yo pertenecía; también los llamarían mantuanos. La otra clase eran todos los demás: los pardos, los negros y los indios. Lo que le quiero expresar es que las personas no teníamos los mismos derechos. Algo de vergüenza siento por eso, pero así nos criaban y educaban. Los únicos que teníamos derechos políticos éramos los blancos criollos o gente de la primera distinción.
¿Sabe por qué nos llamaron mantuanos? Porque había una ley por la cual sólo podíamos usar mantos de seda las mujeres blancas. Y los pardos se burlaron de los blancos criollos llamándonos así; también ironizaban sobre nuestra pretendida nobleza cuando nos pusieron el mote grandes cacaos, pues los títulos eran comprados con el dinero producido por las haciendas y el trabajo de esclavos y peones. Figúrese que hasta hubo leyes que llegaron a establecer diferencias según la cantidad de sangre negra que tuvieran las personas.
Habrá observado que las leyes fueron hechas por los blancos para los blancos, y por eso eran los propietarios de la tierra, de los esclavos; ejercían el gobierno municipal; eran los únicos que podían enseñar. Los blancos criollos teníamos todos los privilegios, ya que habíamos hecho las leyes para conservarlos; aunque también algunos pardos tuvieron sus esclavos. Pero los cargos importantes de la colonia los ejercían los blancos peninsulares. Por eso los blancos criollos nos opusimos a los españoles, y luchamos por la independencia. No le voy a negar que después los blancos criollos quisieron conservar sus privilegios sociales y seguir siendo los únicos dueños de la tierra. Los pardos lucharon y lograron, aun pagando, que les dieran el tratamiento de don; también, cómo no, pagaban para ser tenidos como blancos y así poder ejercer cargos municipales; o para que sus hijos pudieran ir a las escuelas y que los preceptores de ellas fueran pardos.
¿Usted me dice que esa lucha aún no termina? Es que es muy difícil. En esa época éramos educados en esas diferencias entre las personas. Y la Iglesia católica las enseñaba y las imponía. Imagine, en esa situación, lo que representábamos las mujeres: nada. Según la tradición, las costumbres y las leyes, servíamos para ser hijas, esposas y madres. Todo lo demás era asunto de varones. Y la mujer a callar y obedecer. Por eso le recalco que la independencia sólo lo fue en lo político, porque en las ideas, las leyes, las costumbres, todo quedó igual o casi igual.
Claro que muchas mujeres nos rebelamos contra esa situación. No sólo blancas criollas, sino también pardas, esclavas e indias. Hubo mujeres a las que la iglesia a través del Santo Oficio les decomisó libros considerados prohibidos, como a doña Manuela Ibarra a quien le encontraron y quitaron Las cartas de Abelardo y Eloísa. Hubo mujeres, como yo, que procuramos vender bienes sin autorización de nuestros esposos, lo cual estaba prohibido. No se me olvidan aquellas valientes que solicitaban divorciarse por los maltratos que les daban sus maridos; claro que pocas lo consiguieron, tal era el poder de la Iglesia.
Como ya le he contado, la Independencia no hubiera sido posible si mujeres de toda condición no hubiéramos participado como lo hicimos, aun en contra de las costumbres, las tradiciones y las leyes. Fuimos conspiradoras, enfermeras, troperas, cocineras; organizamos reuniones, entregamos donativos, preparamos pertrechos, actuamos como correos, acompañamos a los hombres en las acciones de la guerra, leíamos y discutíamos de las ideas sobre la libertad, la igualdad, la república, las leyes, la educación. Trate de imaginar la libertad y la igualdad hecha carne en las mujeres, galopando todos los caminos. Y haciéndolos… ¡Cuántas cosas hicimos! ¡Participamos en la Sociedad Patriótica! ¡Cómo no hacerlo si éramos parte de la patria!
Muchas mujeres esclavas huyeron y formaron cumbes, como María de la Concepción Sánchez, a quien llamaron la cimarrona heroica, y Juana Francisca Llanos, quien fundó junto a Guillermo Rivas el cumbe de Ocoyta. Las negras y las indias siempre acompañaron a sus maridos y por eso estaban incorporadas en las tropas patriotas. Suponían los varones que lo único que nos movía eran los sentimientos y las emociones, y no el conocimiento. Por eso la respuesta que nos dieron cuando lo de la carta de Barinas, que le conté. Sólo el Libertador Simón Bolívar y algunos otros varones patriotas nos consideraban sus iguales. La libertad no podía ser sólo una idea, teníamos que hacerla vida. ¡Y eso es una lucha, parece que interminable!…
Tanto así que en su época permanece en las palabras la diferencia entre hombre y mujer, a pesar de todos los cambios que las luchas y el paso del tiempo han traído. Me dijeron, cosa curiosa me pareció, que el tamaño ya da algunas pistas. Hablemos entonces de ciertas medidas. En el libro del DRAE 2001, que es la vigésima segunda edición, la entrada de la palabra «hombre» mide 12,4 centímetros, mientras que la entrada «mujer» mide 7,6 centímetros. A simple ojo es desigual. Pero empeora el asunto cuando el citado diccionario las define; de hombre dice que es un «Ser animado racional, varón o mujer», y como segunda acepción, «varón, ser humano del sexo masculino». De mujer dice «Persona del sexo femenino» y como segunda acepción, «mujer que ha llegado a la pubertad o a la edad adulta». En ningún lado aparece algo como ser humano, ser animado o racional que defina a la palabra mujer. Y persona es «Individuo de la especie humana. 2. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite…». Si las definiciones hombre y mujer fueran equivalentes, si en el diccionario se pretendiera eso que llaman en su tiempo la igualdad de género, ¿no debería decir varón o mujer, y asignarles a ambos las cualidades animado y racional?
Pero si todo esto no fuera suficiente, al leer el DRAE del 2001 este insiste, conservando la tradicional definición, en la diferencia entre hombre público y mujer pública. Mientras el primero es «El que tiene presencia e influjo en la vida social», la segunda sigue siendo simplemente «prostituta». Como si en estos asuntos estuvieran ustedes aún en el siglo XVII, cuando Don Quijote se acercó a la venta y confundió a una mujer del partido o pública con una doncella. ¡Y eso que el castellano, como ustedes dicen, está considerado una de las lenguas menos sexistas del mundo! ¿Y no me dice usted que hay en su tiempo diputadas a la Asamblea Nacional, alcaldesas, gobernadoras, directoras de hospitales, ingenieras, arquitectas, ministras del gobierno, muchas mujeres en cargos públicos y de profesiones diversas? ¿Entonces?
Me vienen a la memoria las palabras de monseñor Ibarra, allá por 1802, sobre que era importante que a las mujeres se les contaran cosas sencillas, «pues no entienden y es tiempo perdido». O lo que afirmó ese señor Narciso Coll y Prat en 1811; es que se lo recito palabra por palabra por la tanta indignación que nos causó: «Mujeres opinando lo que no pueden saber, pueblo sufriendo… no pueden comprender nada de filosofemas, ni de revoluciones políticas, ni de lectura». La Iglesia católica decía que las niñas tenían la «inteligencia débil», por lo que era imposible que «entendieran, dados su remilgo y su pereza»; imponían que las mujeres no debían ser «bachilleras», ni «varonas», sino «pudorosas, castas y modestas». ¿Siguen pensando así?... ¡Imagínese usted esos horrores que tuvimos que sufrir! ¡Y muchas de nosotras por toda nuestra América luchando por la causa de la Independencia! Como Manuelita Sáenz, aquella extraordinaria mujer. ¡Éramos muy mal tratadas por la sociedad de nuestro tiempo! ¡A mí me decían varona!...
Pero cuando escuché a Nereida Sarmiento, secretaria de la Escuela Bolivariana Juan de Dios Monzón de Pueblo Nuevo, sentí y pensé que la lucha por la patria valió todos los sacrificios. ¿Puede escribirlo?...
«Bueno mire, como mujer me siento muy orgullosa de Josefa Camejo porque igualmente a mí no me gustan las injusticias. Soy muy humilde, yo soy madre, y veo que un niño anda mal vestido y lo pongo en el lugar de mis hijos y no me gustaría, pues, que mis hijos también estuvieran ahí. Como mujer creo que es muy importante que se esté dando a conocer el trabajo que Josefa Camejo hizo. Una mujer valiente, una heroína como dice su nombre, una mujer que de verdad merece el sitio que ahora le están dando, como debió haber sido siempre desde que ella dejó su hogar, luchó, se fue a Colombia, volvía, andaba de noche por los caminos buscando, luchando por la justicia social, por que se lograra. Actualmente estamos viendo que todavía falta mucho para que se logre la justicia social verdadera para todos, ¿verdad?, pero estamos luchando. Yo también soy Josefa Camejo, todas las mujeres somos Josefa Camejo. Creo que fue un buen trabajo lo que ella hizo y estoy orgullosísima porque es una paraguanera, porque está aquí en nuestra tierra. Yo vivo cerca de donde es su casa, yo vivo en Cerro Pelón, y bueno, su nombre es orgullo de allá, de nosotros los paraguaneros.»
Le digo más: Sólo algunos hombres esclarecidos, y que lucharon también por la real y verdadera independencia —que no era nada más la política o la militar, sino la de las costumbres, la de la educación, la del pensamiento, la de la igualdad y la justicia—, estaban de acuerdo con nosotras y nos valoraban como iguales. Usted sabe que le hablo del Libertador Simón Bolívar, de Simón Rodríguez, de Sucre y algunos otros, como mi tío monseñor Mariano de Talavera y Garcés. Estimo yo que por esas y tantas otras ideas, y lo que hicieron para tratar de que fueran realidad, fueron tan maltratados y traicionados.
…Como le venía yo contando, poco se sabe de mí después de la revolución de mayo en Paraguaná. Algunos dicen que mi esposo Juan Nepomuceno Briceño, el padre de mis hijos, recibió su pensión de retiro en 1831, cuando gobernaba Páez. Ese fue el año cuando Páez expulsó del país al general Urdaneta y este se refugió en Curazao, hasta que le permitieron regresar para remediar la situación de su familia. A mi tío Mariano de Talavera y Garcés, quien en 1830 tomó posesión de la sede de Guayana como Vicario Apostólico, cuando se negó a firmar la Constitución de 1830 Páez lo expulsó a fines de ese año y tuvo que irse a Trinidad, donde vivió en condiciones muy precarias. Como Urdaneta en Curazao. A mi cuñado el general Pedro Briceño Méndez, quien fue secretario del Libertador, lo hostigaron y lo persiguieron. A los que éramos leales bolivarianos nos persiguieron y tuvimos que sufrir el exilio… Sigo hablándole de mí: también cuentan que después que murió mi esposo Juan Nepomuceno, del que me separé en 1830, me casé en 1840 con un ilustre maracaibero, doctor en medicina, llamado Miguel Bracho y me fui a vivir en Maracaibo. Algunos aseguran que ese matrimonio fue desafortunado y que me separé de él… ¡En fin!
Mucho he disfrutado la lectura que hice de las memorias del doctor José de la Cruz Limardo, médico de los ejércitos patriotas. ¡Tantos recuerdos me trajo!... ¿Lo facilitó el historiador Luis Dovale? Qué amable… Conocí al doctor Limardo en Jacmel, en los primeros meses de 1822. Esa es una ciudad que está al sur de Haití. Parece que mirara hacia Venezuela. Había ido de paseo para descansar de todas las peripecias de la guerra que le conté. Pero también para continuar los contactos que la Independencia nos exigía. ¿Recuerda lo de la red de patriotas por toda América del Sur?... Fíjese que él también escribe que años después, alrededor de 1844, estaba yo casada, en segundas nupcias, con el doctor Bracho y que vivía en Caracas… Pues volví a ver al doctor Limardo en Maracaibo, cuando gobernaba esa ciudad el general Lino de Clemente. Era 1822.
Al leer esas memorias, viví el viaje de regreso de Jacmel a Maracaibo cuando él narra el suyo. Y los peligros de navegar por la barra para entrar en el lago de Maracaibo; los pilotos tenían que ser muy experimentados, ir lentamente, bajando las velas para evitar el viento que siempre hay allí. No olvide que después de la revolución de Paraguaná, en mayo de 1821, mi tío Mariano de Talavera y Garcés fue redactor de El Correo Nacional de Maracaibo, que después se llamaría Concordia del Zulia. Recuerdo, como si fuera hoy, el convite que las hermanas Jugos dieron al doctor Limardo. Fue en la casa del capitán José María Delgado, con quien estaba casada doña Bárbara Jugo. Yo le obsequié un ramo de caracoles que había hecho, y él lo recordó con tanto afecto en sus memorias. Fue muy grato que escribiera de los paseos que hacíamos en Maracaibo, sobre todo aquellos en donde nos embarcábamos para ir hacia los Haticos con mi tío Mariano y las señoras Roscillas. Y todos los viajes que hizo. Por cierto, no más que yo. Leyéndolo recordé las bestias cargadas de baúles, con el equipaje y los otros enseres que solíamos llevar. Y las hamacas. Y los caminos. Y los peligros. Eso tiene la memoria: a cierta edad puede una vivir de ella, recordando los momentos gratos.
Sobre mi muerte se tejen varias historias. Ninguna coincide en la fecha, pues dicen que fue en 1862, en 1863 o en 1870. Tampoco se ponen de acuerdo con respecto al lugar: unos hablan de Ciudad Bolívar, donde afirman que vivía mi hija Teotiste, quien casó con el doctor Nicolás Cardier, caraqueño, y formaron familia y dejaron descendencia en esa ciudad. Así que yo, Josefa Camejo, habría ido, ya anciana, a vivir con mi hija y su esposo en Ciudad Bolívar y allí habría muerto y me habrían dado cristiana sepultura. Otros más bien creen que pude morir en Maracaibo, olvidada por todos, donde viviría con mi segundo esposo. O como le habló de mí Lily Van Der Biest, una maestra de la Escuela Bolivariana de Baraived:
«De noche nos sentábamos, acuérdese que la luz llegó después, y nos reuníamos y los abuelos y los mayores conversaban sobre esas historias de Josefa Camejo. Contaban que por aquí estuvo Josefa Camejo, que era una mujer vergataria que inició la revolución en Paraguaná. Yo soy de Baraived y dicen que sí, que Josefa pasó por allí, descansó en un cují porque venía de una batalla. Entonces ella se paró ahí en Baraived, pues, a descansar; ella estuvo no sé si fue un día, dos días allí, y la gente le prestó ayuda. Por eso se dice siempre que Baraived es muy acogedor con la gente. Lo que nos contaban de ella era su vida, su nacimiento, y lo que hizo por la patria. Y que era un ejemplo. Sobre su muerte no hablaban, porque para ellos Josefa Camejo no murió…»
¿No le parece extraordinario? Otros dicen que viví mis últimos días en Aruba o Curazao, donde debí morir de tanto viento, tan cerca de mi amada Paraguaná.
Como ve, los historiadores, y todos los que quieran averiguar y les guste, tienen todavía mucho trabajo conmigo. Casi están obligados, aunque les parezca un poco mandona, que reconozco lo soy, por el más alto honor que la patria me ha concedido. No es otro que mi incorporación simbólica al Panteón Nacional, el 8 de marzo de 2002, por decisión del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, y en conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Imagínese, ¡Josefa Camejo al lado del Libertador Simón Bolívar, del general Rafael Urdaneta y de tantos otros! Dio el discurso de orden doña Elina Lovera, quien tuvo hermosas y verdaderas palabras para mí y para todas las mujeres. ¡Cuántos cambios han logrado! ¡Cuántos les faltan!
Pero en este libro ya no quedan páginas para seguirle contando. Usted que me ha oído sabe que la verdadera muerte está en el olvido… Yo le sé decir que si tanta gente me recuerda, soy inmortal. Yo soy Josefa Camejo.
Referencias:
- Arcaya, Pedro (1974): La guerra de independencia en Coro y Paraguaná. S/e, Caracas.
- Bohórquez, Carmen (2006): Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de la América Latina. El perro y la rana ediciones, Caracas.
- Dovale y López (compiladores) (1993): Memoria y vigencia histórica de Josefa Camejo. Comisión pro-celebración del bicentenario de su nacimiento, Coro
- Esteves, Juan de la Cruz (1989): Topónimos indígenas de Paraguaná y otros topónimos indígenas del estado Falcón. Lagoven S.A., Caracas.
- Esteves, Juan de la Cruz (1980): Paraguaná en el tiempo. Ediciones UNEFM, Coro.
- Esteves, Juan de la Cruz (1988): Paraguaná histórica y geográfica. Lagoven, filial de Petróleos de Venezuela, Caracas.
- Esteves, Juan de la Cruz (1989): La heroína Josefa Camejo. Maraven, filial de Petróleos de Venezuela, Maracaibo.
- González Batista, Carlos (1984): Historia de Paraguaná. Tomo I, Editorial Venezolana C.A., Mérida.
- Hill Peña, Aníbal (1956): Mariano de Talavera, el Tribuno de la Libertad. Editorial Rex, Caracas.
- López, Isaac (2000): Pueblo Nuevo en la memoria de los siglos. Instituto de Cultura del estado Falcón, Coro.
- López, Raúl (s/f): Memoria histórica falconiana.
- Memorias del doctor José de la Cruz Limardo. Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Tomo XXXIII, julio-setiembre de 1950, n.° 131, Caracas.
- Salcedo, Ciro (2009): Historia y significación de la vida de Josefa Camejo. Editorial el perro y la rana, Falcón.
- Sánchez, Rafael (1970): Curiana. Coro.
- Tosta, Virgilio (1969): Barineses ilustres. S/E, Caracas.
- Tosta, Virgilio (1987): Historia de Barinas. Academia Nacional de la Historia, Tomo II, Caracas.
- Troconis, Ermila (1998): Gobernadoras, cimarronas, conspiradoras y barraganas. Alfadil Ediciones, Caracas.
- Urdaneta, Rafael (1987): Memorias. Biblioteca de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Tomo 2, Editorial Texto, Caracas.
Entrevistas:
- Entrevista al profesor Freddy Romero, director del Acervo Histórico de Pueblo Nuevo. Paraguaná, 2010.
- Entrevista al historiador doctor Carlos González Batista. Coro, 2010.
- Entrevista al historiador doctor Luis Dovale. Coro, 2010.
- Entrevista a la historiadora Elina Lovera, 2010.
- Entrevista a Guillermo de León Calles. Punto Fijo, 2010.
- Entrevista a Virgilio Arteaga, cronista de Pueblo Nuevo. Punto Fijo, 2010.
- Entrevista al historiador Isaac López.
Colaboradores:
- Iván Urbina, cuidador de Aguaque.
- Policarpio González, Poeta Polica, Cerro Pelón.
- Lily Van Der Biest, Escuela Bolivariana de Baraived.
- Nereida Sarmiento, Escuela Juan de Dios Monzón, Pueblo Nuevo.
- Salvador Irausquín, Pueblo Nuevo.
- Carlos Petit, Pueblo Nuevo.
- Xiomara Colina, El Hato.
- Petra Hernández de Esteves, San Nicolás.
- Juan Jesús García, Baraived.
- Jesús Chencho Manaure, Santa Ana.
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